martes, 6 de diciembre de 2011

LA VERDADERA HISTORIA DEL ESTRÉS

Empezaré el tema lanzando una pregunta lógica: ¿Cómo es posible que, mostrando tantos efectos visibles sobre nuestra salud, el estrés no tenga una forma sencilla de medirse? Para poder hablar sobre el estrés de una forma exacta y comparable deberíamos poder decir algo así como “el médico me ha dicho que tengo un nivel 7 de estrés y tengo que bajarlo al 4”. Sería como si habláramos del nivel del colesterol o del peso corporal.

En principio, cualquiera de los efectos secundarios conocidos debería servir para poder hacerlo. Nos damos cuenta de que estamos estresados, por la sensación de agobio, de no llegar a todo lo que necesitamos llegar y nos han convencido de que, en esa situación, nuestra salud corre peligro. Pero ¿es eso cierto? ¿cómo actúa realmente?

El estrés resulta algo natural, incluso diría que imprescindible, en su justa medida. Es posible que conozcamos más de un caso en el que, para algunas personas, resulta incluso estimulante e incluso adictivo. La tensión que nos provoca estar realizando tareas nos puede proporcionar esa sensación de energía que puede resultar agradable, al menos hasta cierto punto. Las demandas de nuestro entorno para que resolvamos problemas, cuando somos capaces de resolverlos, verdaderamente pueden producir esas sensaciones ya que nos reconforta emocionalmente sentirnos útiles y valiosos. Así que, podríamos hablar de un estrés bueno y un estrés malo, como el colesterol. ¿Cómo se diferencian?

El problema del estrés es cuando se nos descontrola, algo relativamente fácil cuando nos movemos normalmente en ese punto límite de máxima estimulación energética. Un estrés bajo control significa reservar tiempo para el descanso en la proporción y calidad necesarios para recuperarnos. Y para eso es imprescindible poder desconectar nuestra mente de las urgencias diarias. Una vez más, la organización del tiempo, la planificación, resulta imprescindible para reservar el tiempo adecuado para todo, para sentirnos eficientes sin llegar a dañar nuestra salud.

Pero, todavía queda la duda en el aire: ¿cómo actúa el estrés sobre nuestra salud?

La razón de que no se pueda medir es porque actúa sobre nuestra salud de forma indirecta. Y es esa la razón fundamental de que distintas personas con similares niveles de estrés (con actitudes psicologicas similares, demandas externas similares, tiempos de dedicación similares,...) tengan diferentes respuestas en su salud.

Cuando estamos estresados descuidamos alguno, varios o, incluso, todos los aspectos que forman los cuatro pilares reconocidos de la salud:
  • La dieta. Comemos cualquier cosa y a deshora. Fast-food, cenas tardías a veces larguísimas por cuestiones laborales, desayunamos sólo un café, hacemos comidas copiosas con clientes, varios cafés diarios para mantener el ritmo,... 
  • El descanso. Nos acostamos tarde madrugando mucho, nos cuesta coger el sueño cuando hemos estado activos hasta el último minuto del día. En los días de descanso nos hacemos largos viajes “huyendo” del espacio diario de trabajo con lo que, a menudo, volvemos más cansamos físicamente,...
  • La higiene. En casos extremos hasta del tiempo necesario de higiene debemos recortarlo para poder llegar a lo que nuestro entorno demanda. Tenemos la cabeza en otro sitio. Si, además, tenemos algún tipo de problema de salud (raro será que no sea así), los cuidados necesarios diarios para mantener a nuestro cuerpo en condiciones no suelen ser suficientes en situaciones de estrés. 
  • El deporte. El ejercicio físico necesita tiempo. Es precisamente una de las primeras cosas que se aparcan cuando la falta de tiempo es acuciante. Si nuestro trabajo es sedentario la sobrecarga de algunos músculos y la falta de ejercicio de otros favorecerán, más tarde o más temprano, un futuro problema musculo-esquelético.
La mala dieta, el inadecuado descanso, la higiene insuficiente y la falta de ejercicio físico explican, por sí mismos, el paulatino deterioro sobre nuestra salud. A eso hay que añadir las circunstancias personales, lo que lo convierte en una relación causa-efecto muy variada, imposible de predecir a priori.

Es cierto que el estrés y la salud están relacionados, pero no estableciendo una relación directa, como acabamos de ver. Se pueden mantener unos niveles de estrés altísimos y, sin embargo, poder disfrutar de una salud de hierro si tenemos claros los demás elementos que intervienen. El problema no está en el nivel de estrés si no su duración y continuidad, es decir, en su falta de control y de integración adecuada con el resto de nuestra vida. En definitiva, un estrés planificado no es perjudicial en absoluto, más bien todo lo contrario.

La razón de que la práctica del yoga sea tan beneficiosa es precisamente porque nos permite centrarnos en los elementos que influyen positivamente en nuestra salud. Su fundamento está en que nos facilita volver a escuchar las demandas de nuestro cuerpo, creando un espacio interior que nos aleja de las urgencias externas generadoras de estrés, además de fomentar una conciencia corporal que evita desequilibrios entre grupos musculares, destensándolos y tonificándolos a la vez.

Ejerce un papel significativo en el descanso, gracias a la meditación, concepto que se aleja enormemente de la imagen que tenemos de meditación en occidente. Mientras que en nuestra sociedad meditar significa pensar insistentemente en algo, a menudo para encontrar soluciones a problemas, en la concepción oriental meditar significa precisamente lo contrario, dejar la mente en blanco para evitar que las vivencias interiores nos tensen y nos conduzcan a sentirnos poco relajados. Dejar la mente en blanco, como es fácil comprobar, no resulta nada fácil sin un entrenamiento adecuado. De hecho, cuanto más nos esforcemos en dejarla en blanco sin manejar los elementos que permiten conseguirlo, con más dificultad llegaremos a ello. Sin embargo, al conseguirlo, disfrutaremos de un nivel de contacto con la realidad pocas veces igualado con cualquier otra actividad humana.

Si no has practicado nunca yoga, es probable que no comprendas totalmente lo que estoy exponiendo, pero si lo has hecho, lo entenderás perfectamente. El yoga es un concepto espiritual de vida, aunque no es en absoluto una religión. Conlleva toda una serie de preceptos que favorecen una consciencia vital superior, con una capacidad de autocontrol fundamental para evitar caer una y otra vez en los mismos errores pero, a la vez, con una gran sensación de plenitud colmada de satisfacciones personales.

Y ahora una pregunta que dejaré en el aire ¿educamos a nuestros hijos en el conocimiento de estas verdades personales que tanto afectan a la calidad de vida o estamos más por la labor de educarlos en conseguir el éxito a través de lograr metas que sean la admiración de los demás?


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